8 oct 2019

HAY UN TIEMPO EXACTO... (Reflexión personal)


Hay una hora de tibieza, esa que se instala entre un bostezo sostenido y la seguridad de que se cumplió el día y los horarios. Hay un momento exacto en el que, ante un acontecimiento, una situación, un paso más, nos dejamos caer en un sillón y cerramos los ojos, meditamos, o eso creemos, cuando en realidad damos vueltas en torno a una noria llenando y vaciando nuestra propia mente de pensamientos positivos y de “peros” que los enturbian… Pero existe esa hora, la tibia, la cándida, la hora feliz en la que bostezamos, esbozamos una sonrisa, soñamos, visualizamos mil imágenes bucólicas, paradisíacas y suspiramos. La relajación es eso: visualizar lo bello, la calma, la serenidad, un paisaje perfecto con una persona imperfecta cogiendo la mano o rodeando unos hombros. Y la mente, esa aliada que a veces nos destruye los sueños más placenteros, se alía en ese momento con nuestra alma para regalarnos el positivismo, la certeza de que, en unas horas todo el mundo flotará a nuestra altura. Tal vez no pase, pero cuando se alinean los planetas en horas brujas mágicas, todo puede suceder. Cerrar los ojos y desearlo… De eso se trata la relajación. De desear lo bello. Lo positivo. Lo que nos hace felices y grandes… Me tomo unos días, me voy a esa estación olvidada de los sueños. Terminé mi novela, terminé un recorrido, disfruté durante el trayecto. He aprendido que las carreras hay que gozarlas mientras se corre, que el cansancio es un motivo más para comprender que la llegada será todo lo victoriosa que queramos o, sencillamente, podemos convertirla en un festejo compartido con quien corrió a nuestro lado. Me tomo el respiro de quien ha comprendido que, a una edad, es necesario pararse, meditar y vivir. Y reír. Reír mucho. Mientras la vida me regale horas y las horas minutos, mientras mi corazón lata en mis sienes y me acaricie el pelo el viento suave que arrastra susurros de mundos desconocidos… Me tomo unos días para ver atardecer en la playa, mirar una puesta de sol sin prisas, sin haber previsto el paso que daré después, para dejar cerrado un libro en la arena y mojar mis pies en espumas. Para sentarme con mi sonrisa y unas chanclas y observar cómo caminan los demás. He aprendido que todos los pasos se van cumpliendo, que el tiempo puede ser el mejor consejero o el más cruel de los compañeros de viaje. Me tomo tiempo para mirar a través de una ventanilla y comprobar que la velocidad la creó el ser humano para sentirse un poco Dios o un mucho inmortal, pero que, por desgracia, no es lo uno ni lo otro… He cumplido la vida, la cumplo día a día, mientras escucho música y camino, quizás por eso necesito más vida, porque se me va quedando en pasos. Me tomo estos días para compartir mi respiración con mi sombra y con personas que me harán sentir el alma, días que me devuelvan las manos juveniles que deseaban alcanzar la luna. No necesito más. Necesito sólo el pie que acompañe mi paso, la mano que salpique de agua mi rostro, la voz que me narre cuentos interminables a la luz de la luna llena. Y una copa de vino dulzón que caliente la sangre que envejece a pasos acompasados con arrugas posibles y gestuales de dolor y de paz. Porque también comprendí que la paz deja huellas. Creí en la empatía, la intenté llevar a cabo, comprendí que rara vez podemos ponernos en la piel ajena, porque ajenos somos a sufrimientos o placeres de otros. Porque cada cual sufre y goza de forma diferente… Y ahora me tomo unos contados días, los justos para aclarar la mirada y agudizar el oído, para aceptar que se cumplen las profecías aunque estas estuvieran exentas de credibilidad y de promesas. Tiempo de calor, de calidez, de cadencia, de caderas expertas, de labios ávidos, de templanza terrena que se unirá, como está mandado, con la templanza divina. Me tomo el tiempo que requiere de lentos momentos sin mirar relojes y sin planes previstos. Aprendí a no hacer planes, a solucionar con grandes remedios grandes males, a preocuparme lo justo ante imprevistos que podrían ser y que fueron. Me ha llegado la edad de la lujuria encarcelada, de las condenas carnales, de esas que se sacian y se vengan en brazos que acogen y dedos a los que les urge cumplir su venganza. He aprendido de la mentira contada, de las pasiones vividas, de la verdad dolorosa, de los secretos infames, de lo que no se dice pero se piensa, de lo que no se responde porque es mejor dejar que el tiempo fluya, de las miradas que dicen y de las bocas que engañan. He llegado a destino, he llegado a mi tiempo para olvidarme de teclear sentimientos por unos días, sólo unos pocos, los necesarios para entregarme a mí misma lo que me debo y lo que debo a mi corazón. Me tomo un tiempo de ayuno de letras, abstinencia de medir lo que se dice para ser desbocada y alocada en expresiones… Me tomo un tiempo para vivir y para vivirme, los músculos lo reclaman, la sangre lo necesita, el corazón lo exige, la mente lo suplica y, como obediente mortal, decido relajarme y abandonarme al placer pagano de los sentidos… Y ahí queda eso, seguiré informando…

  Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno, el quebrado naranja de las hojas que piso, caminando desnuda y esperando los hiel...