17 nov 2022

 

Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno,
el quebrado naranja de las hojas que piso,
caminando desnuda y esperando los hielos,
ya se fueron los soles, ya se marchó el estío...
ha llegado la brisa helada de las cumbres,

las tardes que adormecen, la nostalgia que invade,
la añoranza de tardes calurosas y eternas,
el recuerdo del sol entre amarillos valles.

Ha llegado el quebrado naranja de las copas
de árboles que erguidos permanecen,
haciendo fortaleza contra el viento que arrasa,
que destruye sus ramas y se lleva su pena.
Naranjas otoñales, verdes que se suavizan,
otoño, siempre eterno, en mis ojos te miro,
y bendigo tu viento, y bendigo tus hojas,
esas hojas naranjas que quiebro cuando piso.

Silencio en el otoño, silencio en los caminos,
silencio entre los mares, silencio entre los ríos,
las aguas lentas pasan, el otoño las mece,
las cuaja de hojas secas que arrastran su destino.
Mi otoño azul, mi cruel otoño naranja,
que me ha traído la edad de los grandes desafíos,
de las palabras inconexas, creando mundos lejanos,
creando ajenas penas y aquel amor tardío.

El otoño sencillo, tranquilo y tan discreto,
que pasa sin murmullos y te devuelve mío.-

 

9 ago 2022

                                                                                                                   
ADIÓS, OLIVIA, ADIÓS, SANDY
               
 Tenía catorce años, estudiaba en Úbeda, estaba interna en el Colegio de las Siervas de Santa María, salía fuera hasta el Instituto San Juan de la Cruz, vestía uniforme y era la clásica niña timorata y tímida que va viviendo a retazos. Era un veinticinco de marzo del año mil novecientos setenta y nueve, día de mi santo, la Encarnación, la Anunciación, cualquiera de las dos advocaciones es válida. Mis primos de Úbeda me llevaron al cine. Estaba en la calle Real, ponían Grease. Y yo estaba toda nerviosa. Era la primera vez que iba a un cine que no fuera el de mi pueblo, con mis padres, muy lejano ya en el tiempo. Descubrí el mundo en aquel musical, en el que una timorata Sandy hacía sufrir con su recato al canalla Danny... Y soñé. Soñamos toda una generación, la que comenzó a usar pantalones pitillo de cuero, porque esas que somos ahora sesentonas o casi, todavía podíamos usarlos,
sandalias con tacón de aguja, top ajustados y permanentes cardadas. Comenzamos a soñar con el chico canalla de turno. A mí me tocó tres años después, pero me tocó (jajaja), o yo le toqué a él, que también padeció el recato, pero que se lo ha cobrado con creces cuarenta años después. Olivia fue el ídolo, igual que antes lo había sido Marilyn. Ella era otra cosa, una treintañera convertida en adolescente mojigata que no necesitó tener diecisiete años para bordar su papel, para que todos bailáramos y todas nos enamoráramos de chicos embutidos en pantalones ajustados, tobilleros, arropados con cazadoras negras. Nació un estilo, lo creó ella. Pero Olivia se ha ido, como se van las estrellas, sin hacer demasiado ruido. A mí me ha dejado la sonrisa triste de la pérdida, el recuerdo de aquella noche, en la que llegué tarde al Colegio, un castigo, porque era Tiempo de Cuaresma y no se podían ver musicales, que para eso la niña Barrera moraba en un Postulantado, cosas de la época y de los papis, que no querían que, a los catorce años nos desbandáramos, y nos confiaban a la disciplina más férrea. Tuve que confesar al día siguiente. Reconozco que me sentí ridícula confesando que mi pecado era haber ido a ver un musical, claro que, en aquel musical la pretensión prioritaria de Danny Zuko era llevarse al huerto a la decente Sandy... Y fui feliz. Olivia me hizo feliz, me ha seguido haciendo feliz cada vez que escuchaba su suave voz... Adiós, Olivia, canta libre por siempre.

19 may 2022

                                                                                                    
 En un alarde de autoestima cincuentona me he decidido a comprarme un vestido. Esto, que es tan habitual en una mujer para mí es un auténtico y novedoso reto. Hace años que no luzco un vestido, a no ser que lo haya hecho en momentos puntuales, bien por algún evento que así lo requería o por imperativo estético en desfiles (sí, desfiles, porque las ballenitas también desfilamos, lo hacemos regulín más bien, pero nos esforzamos en hacerlo jajaja) que casi siempre iban para causas solidarias... Ahora bien, me armé de valor, calibré el poder de mis piernas, que es nulo ya totalmente, sé que están torcidas, que mis rodillas tienen agujeros negros insospechados y que camino como un pato, pero una servidora es osada y atrevida, y me dije a mí misma que ¿por qué no? Y ahí estoy, colgando el vestido en el armario, después de probármelo, de confirmar que los años hacen estragos... bueno, los años, los kilos y que yo, sinceramente, he pasado tres pueblos siempre de estéticas, todo hay que decirlo. Pero ¡oye! estoy feliz como una perdiz, no sé cómo responderá mi sensualidad femenina al trapo, porque, como digo, hace años y años que no me paseo meciendo caderas con una falda colgando, pero recurriré al amor propio, a la autosatisfacción del balanceo de las caderas, que no sé dónde caen ya, pero que deben de existir por algún lugar perdido de mi voluminosa anatomía, e imploraré al santo del día para que no olvide que llevo falda y me dé por
cruzar las piernas estilo camionero, que decía mi padre, y pierda el pundonor mínimo que hay que tener para mantener el decoro... Pues eso, que me he comprado un vestido, algo que para el 99,99% de las féminas es un acto de normalidad y que, para mí, totalmente, es una novedad que me ha hecho ponerme la mar de contenta. Eso sí, no sé cuándo me lo pondré jajaja, se supone que tengo que estrenarlo, en algún momento tendré que armarme de valor y salir al ruedo, pero es que una es un poco tímida (y eso es totalmente cierto) y huyo bastante del sentido del ridículo, aunque ya, a mi edad, también ese sentido lo tengo un poco oxidado... Así pues, después de ver mi vestido (en colores negros, grises y blancos, totalmente discreto, sólo faltaría que llamara más la atención con colores chillones) estoy pensando en comprarme otro, que tampoco sé cuándo estrenaría, pero me ha hecho una ilusión tremenda ver, entre tanto pantalón, una cosa colgando que ha resultado ser una falda jajaja... Pues nada, mis queridas señoras, mis respetados señores, que el dilema no es tal. Un vestido no deja de ser un vestido, pero, eso sí, puede hacernos sentir felices, risueñas, bromistas o dubitativas. El caso es que enseñaré piernas, que resulta que tengo dos, como todos los mortales, están un tanto fuera del mercado ya, pero lo importante es que soportan mi tonelaje y me sirven para caminar, y hasta hoy, por suerte, siguen caminando bien. 

  Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno, el quebrado naranja de las hojas que piso, caminando desnuda y esperando los hiel...