19 may 2022

                                                                                                    
 En un alarde de autoestima cincuentona me he decidido a comprarme un vestido. Esto, que es tan habitual en una mujer para mí es un auténtico y novedoso reto. Hace años que no luzco un vestido, a no ser que lo haya hecho en momentos puntuales, bien por algún evento que así lo requería o por imperativo estético en desfiles (sí, desfiles, porque las ballenitas también desfilamos, lo hacemos regulín más bien, pero nos esforzamos en hacerlo jajaja) que casi siempre iban para causas solidarias... Ahora bien, me armé de valor, calibré el poder de mis piernas, que es nulo ya totalmente, sé que están torcidas, que mis rodillas tienen agujeros negros insospechados y que camino como un pato, pero una servidora es osada y atrevida, y me dije a mí misma que ¿por qué no? Y ahí estoy, colgando el vestido en el armario, después de probármelo, de confirmar que los años hacen estragos... bueno, los años, los kilos y que yo, sinceramente, he pasado tres pueblos siempre de estéticas, todo hay que decirlo. Pero ¡oye! estoy feliz como una perdiz, no sé cómo responderá mi sensualidad femenina al trapo, porque, como digo, hace años y años que no me paseo meciendo caderas con una falda colgando, pero recurriré al amor propio, a la autosatisfacción del balanceo de las caderas, que no sé dónde caen ya, pero que deben de existir por algún lugar perdido de mi voluminosa anatomía, e imploraré al santo del día para que no olvide que llevo falda y me dé por
cruzar las piernas estilo camionero, que decía mi padre, y pierda el pundonor mínimo que hay que tener para mantener el decoro... Pues eso, que me he comprado un vestido, algo que para el 99,99% de las féminas es un acto de normalidad y que, para mí, totalmente, es una novedad que me ha hecho ponerme la mar de contenta. Eso sí, no sé cuándo me lo pondré jajaja, se supone que tengo que estrenarlo, en algún momento tendré que armarme de valor y salir al ruedo, pero es que una es un poco tímida (y eso es totalmente cierto) y huyo bastante del sentido del ridículo, aunque ya, a mi edad, también ese sentido lo tengo un poco oxidado... Así pues, después de ver mi vestido (en colores negros, grises y blancos, totalmente discreto, sólo faltaría que llamara más la atención con colores chillones) estoy pensando en comprarme otro, que tampoco sé cuándo estrenaría, pero me ha hecho una ilusión tremenda ver, entre tanto pantalón, una cosa colgando que ha resultado ser una falda jajaja... Pues nada, mis queridas señoras, mis respetados señores, que el dilema no es tal. Un vestido no deja de ser un vestido, pero, eso sí, puede hacernos sentir felices, risueñas, bromistas o dubitativas. El caso es que enseñaré piernas, que resulta que tengo dos, como todos los mortales, están un tanto fuera del mercado ya, pero lo importante es que soportan mi tonelaje y me sirven para caminar, y hasta hoy, por suerte, siguen caminando bien. 

  Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno, el quebrado naranja de las hojas que piso, caminando desnuda y esperando los hiel...