China nos cogía lejos, tanto que veíamos lo que pasaba como algo imposible de que nos llegara hasta la tranquila España, que lo único que ocupaba la mente eran los debates políticos, las desacreditaciones y los insultos... Y llegó a Italia, bueno, todavía no nos tocaba, esas cosas les pasan a otros. Aquí teníamos un Gobierno muy sensato, muy apto y muy preparado para grandes crisis, no había más que ver cómo estaba gestionando todas las crisis que tenía encima de la mesa. Con no aparecer es suficiente... Y un buen día, en España, ese país lleno de entendidos políticos que se sacaban los ojos por sus líderes, se vio inmersa en un contagio masivo. Los vuelos desde Italia llegaban tranquilos, y desde aquí, como somos así de valientes, nos íbamos a Italia de viaje de placer porque, total, no pasaba nada más que una gripe. Y como somos intocables a nosotros no nos iba a contagiar. Y así fuimos celebrando manifestaciones, cenas, reuniones, nos relacionábamos porque el sentir español es así, simpático por naturaleza... Y un buen día, cuando no se habían cerrado fronteras aéreas, cuando no se habían prohibido concentraciones masivas, cuando todos andábamos felices, se nos decretó un estado de alarma. Comenzaron a decirnos lo que teníamos que hacer, y los hospitales se llenaron de contagiados, y no sabíamos cómo, tan listo como somos y no sabíamos cómo. Y ahí estaban los médicos, los enfermeros, los sanitarios, explicando lo que los responsables políticos tardaban en hacer. Y antes de cerrar Madrid, centro neurálgico del contagio, se decreta la alarma y un montón de personas, igual de inteligentes que las que viajaron a Italia en plena crisis por puro placer, se extendieron por zonas que intentaban sobrevivir a la alarma. Y hemos atacado supermercados, nos hemos empujado, insultado, hemos aprendido a pelear entre nosotros por un rollo de papel higiénico, lo que menos aprendimos es a calmarnos y a permanecer en casa. Nos vamos a la playa, seguimos con bares abiertos, porque, eso sí, la forma de ser española es así. Y aquí estamos, actuando, a veces, como auténticos imbéciles, nada nuevo, copiamos los patrones políticos, porque si copiaramos los patrones sanitarios otro gallo nos cantaría. Pero solemos copiar a los más chulos e ignorar a los empollones de la clase, también muy español... Estamos confinados, porque quienes tenían que haber tomado medidas a mitad de febrero nos dijeron que no pasaba nada, y no aprendemos, nos pasamos meses escuchando a Zapatero y su "recesión" y sus brotes verdes y nos comimos una crisis asesina, y hemos vuelto a hacer lo mismo. Y esta es mi opinión, desde casa, tranquila y haciendo caso a los empollones, que son los que están informando a la población, ese personal sanitario que se está dejando la piel con pocos medios para que cuatro descerebrados se escapen a las playas y sigan sus vacaciones, mientras los pequeños autónomos tiemblan de cómo va a ser su vida después. Y aquí estamos, invadiendo supermercados y agotando el papel higiénico y empujando al resto de los mortales... Yo me quedo en casa, no sé si es lo correcto, lo hago porque los sanitarios me lo piden, si me lo pidiera el Gobierno me lo pensaría, porque no se han enterado de que la puerta de toriles estaba abierta hasta que el toro nos ha dado la primera gran cornada. Una crisis sanitaria, y jóvenes universitarios en las redes diciendo que saldrán de fiesta, son pocos pero los hay, y pienso que esos, precisamente esos, será la clase política del futuro, para los que nunca pasa nada. Cuesta tan poco cumplir cuatro normas de nada que me sorprendo que haya quien no pueda cumplirlas porque se agobia: estar en casa, lavarse las manos, no sociabilizar durante quince días... o terminar en un hospital donde no sabemos si podremos ser atendidos, porque los profesionales también se enferman, están agotados y tienen bajo su conciencia decidir quién va a disfrutar de un respirador y quién no, según su criterio de supervivencia, y eso es muy duro. No hemos aprendido nada, porque de esto o salimos todos o nos vamos a lamentar todos. Los que que han cogido el coche para salir de Madrid también. Los responsables de personas mayores (padres, tíos) y les dejan salir a charlar al parque con sus amigos de ochenta años también. Son quince días, los que deberíamos de utilizar para pensar en todo lo que hemos disfrutado hasta ahora, de cómo podemos volver a la normalidad pronto, de cuánto deseamos ver a nuestros padres e hijos que están lejos. Está demostrado que el Gobierno llega tarde y mal, pero los sanitarios están llegando bien y a tope, hagámoslo por nosotros y por ellos, los que no duermen, los que no se hacen las pruebas aunque están en contacto con la enfermedad, los que cierran los ojos sabiendo lo que se les viene encima, porque esto, aunque nos cueste aceptarlo, no ha hecho más que empezar... Espero que quienes viajaron a Italia recuerden siempre ese viaje, y quienes hayan cogido el coche para irse de playas, y quienes hayan utilizado el cierre de Universidades para irse de fiesta, que lo recuerden, porque después de esto nos vamos a enfrentar a una situación económica muy diferente y muy complicada, que guarden esos recuerdos en su mente, igual les ha merecido la pena exponerse al riesgo de contagiarse, y de contagiar a otros... Y aquí estamos, pasaré trece días más encerrada, porque cuando pasen muchas semanas quiero ver en la calle a la misma gente, y no quiero dar pésames, ni saber que alguien a quien tengo cariño está en el hospital, está en mis manos y en las manos de todos.
Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno, el quebrado naranja de las hojas que piso, caminando desnuda y esperando los hiel...
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Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno, el quebrado naranja de las hojas que piso, caminando desnuda y esperando los hiel...