He avanzado hasta mis cincuenta años y cuatro años sin darme cuenta, no me reconozco en esa niña de las fotos en blanco y negro, ni siquiera en la adolescente con los primeros colores del papel del pasado, no me reconozco ya en casi nada. He ido superando temores, olvidando consejos ajenos y creando mis propias advertencias; he ido seleccionando momentos, uno a uno, desechando los que me dañan, mimando los que me hacen sonreír para no olvidarlos nunca. He aprendido a aparcar tareas improductivas para mis emociones y para mi mente y centrarme en las que me llenan el corazón y en las que me ponen sonrisas. He aprendido el valor de los horizontes abiertos, sin límites… Sin límites…
Me he embarcado en tantas dimensiones desconocidas que he roto normas, que he desafiado al mundo y a mi misma, que no sé si vencí, que no sé si perdí, pero sé que respiré, que sufrí, que avancé, me da miedo la niebla, es como si un fantasma me envolviera y no supiera si va a dejarme de nuevo en mi mundo táctil y palpable, lleno de certezas, esas que todos tienen y que reparten, tantas certezas y tantas incertidumbres por mi parte. Dudo de todo, tengo dudas hasta de si estaré viva mañana. Los años te enseñan a que mañana tal vez no exista. He desaprendido la beatitud propia y las creencias absolutas, me he ido alejando de sepulcros blanqueados y de gestos trasnochados y obsoletos, me he ido alejando de apegos que creí anexionados para siempre… He asimilado que no hay nada perfecto, que es bueno dar tiempo, contar hasta diez, que no es necesario decir lo que se piensa si con eso vas a dañar, vas a herir, que las verdades sólo son necesarias cuando son imprescindibles. He aprendido a callar a pesar de hablar mucho, soy mujer de largos silencios aunque no lo parezca. Me he conocido llorando a solas por un recuerdo, tejiendo conversaciones imposibles que nunca se llevarán a cabo. He aceptado que a una pregunta mía no siempre tendré la respuesta deseada, que esa respuesta me puede hacer doblar de dolor… Aprendí que mis secretos los guardo yo, que un secreto no es un cotilleo, ni un comentario, ni siquiera una crítica, un secreto es lo que el corazón guarda y preserva del mundo… Mis caminatas me enseñaron a ver puestas de sol, saber que mi vida comienza a ser así, una puesta de sol, pero que depende de mí cómo me oculte, cómo vaya apagando mis rayos, que calenté a quien deseó acercarse, que intenté no quemar pero que tal vez lo hice… Caminar, caminar siempre, tropezar durante el camino, caer, levantarse, sacudir el polvo, alzar la vista y saber que nos queda mucho, que no hay límites, que la niebla no nos engulle, y que, como decía Nino Bravo, la alambrada sólo es un trozo de metal…
Me he embarcado en tantas dimensiones desconocidas que he roto normas, que he desafiado al mundo y a mi misma, que no sé si vencí, que no sé si perdí, pero sé que respiré, que sufrí, que avancé, me da miedo la niebla, es como si un fantasma me envolviera y no supiera si va a dejarme de nuevo en mi mundo táctil y palpable, lleno de certezas, esas que todos tienen y que reparten, tantas certezas y tantas incertidumbres por mi parte. Dudo de todo, tengo dudas hasta de si estaré viva mañana. Los años te enseñan a que mañana tal vez no exista. He desaprendido la beatitud propia y las creencias absolutas, me he ido alejando de sepulcros blanqueados y de gestos trasnochados y obsoletos, me he ido alejando de apegos que creí anexionados para siempre… He asimilado que no hay nada perfecto, que es bueno dar tiempo, contar hasta diez, que no es necesario decir lo que se piensa si con eso vas a dañar, vas a herir, que las verdades sólo son necesarias cuando son imprescindibles. He aprendido a callar a pesar de hablar mucho, soy mujer de largos silencios aunque no lo parezca. Me he conocido llorando a solas por un recuerdo, tejiendo conversaciones imposibles que nunca se llevarán a cabo. He aceptado que a una pregunta mía no siempre tendré la respuesta deseada, que esa respuesta me puede hacer doblar de dolor… Aprendí que mis secretos los guardo yo, que un secreto no es un cotilleo, ni un comentario, ni siquiera una crítica, un secreto es lo que el corazón guarda y preserva del mundo… Mis caminatas me enseñaron a ver puestas de sol, saber que mi vida comienza a ser así, una puesta de sol, pero que depende de mí cómo me oculte, cómo vaya apagando mis rayos, que calenté a quien deseó acercarse, que intenté no quemar pero que tal vez lo hice… Caminar, caminar siempre, tropezar durante el camino, caer, levantarse, sacudir el polvo, alzar la vista y saber que nos queda mucho, que no hay límites, que la niebla no nos engulle, y que, como decía Nino Bravo, la alambrada sólo es un trozo de metal…
(Encarni Barrera)