14 nov 2021

 LA PAJA EN EL OJO AJENO (Recuperando entradas del pasado)

                                                                                                             
Repasaba esta mañana otro refrán, ya que comencé el melón lo mejor es seguir a ver si la cala resulta buena. Mi refrán recordado hoy era ese que reza “Vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el propio”… ¡Este sí que es real como la vida misma! Pensaba en lo complejos que somos los humanos, esos seres bípedos que tenemos un cerebro que piensa pero que, en la mayoría de los casos, nos dejamos llevar por instintos tan bajos que están alojados en los sótanos de nuestros extramuros, que intentamos ocultar de las miradas ajenas, porque si los sacáramos a la luz el resto del mundo mundial sería testigo de nuestras miserias más pestilentes. Los humanos hemos adquirido el poder de olvido con una facilidad tan pasmosa como injusta. Olvidamos hechos que acontecieron en nuestra vida, situaciones y actos que, si los expusiéramos ante el Sanedrín de nuestros allegados, igual eran tan enjuiciables como condenables. Los olvidamos porque necesitamos olvidar para culpar a otros, o criticar a otros, o enjuiciar a nuestra vez a otros. Nos creamos la ilusión de que nacimos ayer, damos carpetazo a pasados que pudieran acarrearnos el asombro negativo de nuestros semejantes. Vemos esa paja minúscula que consideramos indecente, amoral, distinta, rara, esa paja que se sale de la generalidad de la que, a estas alturas de nuestra vida, hacemos gala, olvidamos que, tal vez, en algún momento de nuestra vida nuestro comportamiento fue el mismo que ahora nos permitimos criticar. Olvidamos. Verbo Olvidar. Perder el recuerdo. Lo perdemos en ocasiones a sabiendas de que es necesario que lo hagamos, porque nuestra situación actual ha variado, hemos formado parte de la manada tranquila, esa que es cuasi perfecta, la que no se permite resquicio para actos impuros o impúdicos. Olvidamos porque hemos realizado esos actos y somos conscientes de ello, pero es más fácil fijarnos en las actitudes que ahora, a estas alturas en las que nosotros somos inmaculados, podemos reprochar a otros. Olvidamos que, quizás nuestros abuelos, nuestros padres y (¡quí lo sá!) nuestros hijos, pueden tener tachones, esos que tapamos a ojos y oídos ajenos, esos que ocultamos, los mismos que igual nosotros hemos realizado, tal vez hemos “saqueado” a personas en busca de un interés personal aprovechando su debilidad, puede que hayamos mostrado intimidades en juergas a allegados que ahora pedimos al Cielo clementemente que no recuerden. Y en ese intento de olvidar todos esos actos olvidamos que el mundo mundial y nuestro entorno tienen memoria, que al igual que nosotros recordamos hechos de otros para lanzarlos a la cara los otros recuerdan los nuestros y podrían lanzárnoslo, olvidamos que, tal vez, hay quien calla porque no es propenso al juicio sumarísimo al que sometemos a terceros, que tal vez nos están perdonando dilapidar esa fama que hemos intentado crearnos de personas “decentes” cuando sabemos que no lo fuimos tanto… La paja en el ojo ajeno. La manía persecutoria del otro. El vilipendio gratuito, ese que nos hace ofender en redes sociales, insultar, menospreciar, humillar. La creencia de que, efectivamente, nosotros estamos libres de “polvo y paja”, paja en el ojo ajeno. Y en este valle de lágrimas libre no hay nadie. Todos tenemos algo de lo que nos avergonzamos, algo que queremos olvidar, santo verbo que nos persigue mientras intentamos desacreditar a otros… Hoy pensaba en ese paseo que deberíamos de darnos por nuestro extramuros
, por nuestro sótano, en el que ocultamos actos deplorables, en el que hemos querido ocultar hechos realizados porque nos interesó, porque nos apeteció, porque creímos que nadie lo sabría jamás, y olvidamos (de nuevo olvidar) que hay ojos que ven, aunque haya bocas que callen. Hay quien sabe de nuestras impurezas y escuchan sorprendidos cómo hablamos de las de los demás. La viga en el propio. Esa viga que nos puede dar de lleno en la boca, que nos la puede tapar con tan sólo unas palabras de quien sabe y calla, de quien conoce y mantiene el silencio de la discreción… Somos los humanos tan necios que nos comportamos como si fuéramos santos varones y santas mártires, como si nuestra vida fuera ejemplo, como si pudiéramos levantar la mano y lanzar la primera piedra porque nos creemos libres de pecado. Y aquí, por suerte o por desgracia, libre de pecado ya no queda nadie. El pasado puede explotarnos en nuestra propia cara. Basta que apretemos las tuercas, que nos afanemos en la dilapidación de otros para que haya una mano que blanda el pergamino en el que están escritos nuestros pecados, esos por los que vendimos nuestra alma al diablo para que jamás se conocieran, y olvidamos (de nuevo olvidamos) que el diablo se vende al mejor postor y pudo haber entregado nuestros secretos más indignos a nuestro peor enemigo, ese que espera pacientemente, el que sabe que todo llega, que puede llegarle su tiempo y su hora y subirnos al cadalso para poner nuestra cabeza en la guillotina… Nadie ve la viga en ojo propio, la necedad nos lo impide, vemos la paja en el ojo ajeno porque así es más fácil redimirnos de los pecados cometidos por nosotros mismos, porque culpando a otros intentamos dictarnos la sentencia de la inocencia, y olvidamos (de nuevo) que la vida es larga, que no es cuestión de diez años atrás, que cuando se ha conseguido la cincuentena tenemos muy largo recorrido y que este mundo que creemos enorme, en el fondo, es sólo un pañuelo (que también dice otro refrán)…

  Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno, el quebrado naranja de las hojas que piso, caminando desnuda y esperando los hiel...