17 dic 2019

¿CUÁNTO TIEMPO NOS QUEDA...? (Reflexión personal)

"–Está refrescando, puede haber tormenta, nos vamos a volver –Santi le sonrió mientras se acercaba–, hoy está muy bravo el mar…
–¿Por qué sigues conmigo?
–¿Por qué sigues tú conmigo?
Y le asaltó el temblor en la barbilla, aquel que le advertía de que el llanto le iba a reventar en el pecho. Santi la besó en la frente, ajustó la manta a sus piernas y se colocó detrás de ella para guiar su silla, empujó unos metros y su respiración le rodeó el cuello:
–Sigo contigo porque no sabría a dónde ir sin ti…
–Siempre tienes la respuesta que quiero escuchar.
–Estoy enmendando mis errores pasados, aquellos en los que no te decía lo que necesitabas, aquellos en los que no sabía decirlo, igual es porque pensaba que habría mucho tiempo para hacerlo.".
("La línea del arco iris")
Encarni Barrera
Escribí un relato corto, está registrado, no está publicado, pero hoy quise releerlo y me emocioné...
¿Cuánto tiempo nos queda?
¿Creemos de verdad que tendremos tiempo de corregir errores?
¿Y si mañana nos fuéramos, así, en silencio, cuántos "te quiero" nos quedarían por decir... y cuántos "perdón"?
¿Cuántos errores hemos cometido con los demás, por altanería, por cabezonería, por orgullo, por prepotencia, por creernos con la verdad absoluta, por creer que nos lo merecíamos todo y los demás nada, por creernos superiores, por nuestra ira, por nuestro odio, por querer destruir a los demás para salvar nuestra razón... Cuántos errores serían?
Pues eso, que releyendo "La línea del arco iris" me pregunté qué pasaría con el corazón de las personas a las que no pude decir todo lo que sentí, bueno y malo, porque también nos iremos con los daños que nos causaron, con las lágrimas que nos hicieron derramar, con las palabras hirientes que nos dedicaron...
Se está yendo un año, siempre creí que, cuando una personas es separada de nuestras vidas, esa persona sabe el por qué, que es un rato absurdo que busque la excusa del "no sé qué le he hecho", todos sabemos lo que hacemos. Es decir, apartamos porque se nos insultó en público o en privado, porque se derrochó con nosotros despecho y rabia, porque fuimos objeto de cotilleos de los que nos enteramos, porque actuamos con el poder que da la rabia, esa que luego nos pasa factura. Apartamos porque no se nos aporta nada bueno, porque la relación puede ser tan tóxica que nos reviente el alma, apartamos porque fuimos objetos de juicios en los que se nos condenó sin habernos escuchado. Apartamos porque se nos perdió el respeto, a nosotros o a quien queremos, apartamos porque tenemos el derecho de continuar camino con calma, sin que se nos culpe de todo cuando sabemos que las culpas se reparten... Y por los mismos motivos se nos aparta. Pero, cuando se nos aparta por haber tejido maldad, sabiendo que lo hemos hecho, deberíamos de pensar que un corazón que odia rara vez será feliz, y que, en el momento de decir adiós a la vida, igual seremos conscientes de que, efectivamente, no teníamos tanto tiempo como pensamos... Nada, son sólo reflexiones mías... Estas tardes de otoño en calma mientras empieza a llegar la noche...

16 dic 2019

LA MEJOR PALABRA... (Reflexión personal)



La mejor bofetada es la que no se da”, no me gusta mucho eso de “la bofetada”, yo siempre he sustituido este refrán por otro parecido: “La mejor palabra es la que no se dice”…. Soy de las que piensan que es uno de los pocos refranes que tienen más razón que un santo, que diría mi abuela, quizás porque no soy persona de responder bofetadas, ni físicas ni verbales. Suele pasar que, casi siempre, cuando alguien “pincha” es porque desea el enfrentamiento, y usará su más vulgar y cruel estrategia para conseguirlo, y yo, personalmente, soy de poco saltar vallas, mayormente porque ya no tengo edad ni de lo uno (saltar vallas) ni de lo otro (pelear vulgarmente), he entrado en ese estado laxo de la indiferencia, tal vez porque comprobé que mi silencio responde más y mejor. 
Ya no estoy para eso, mi edad me impide por prescripción personal entrar en trapos ni en juegos quinceañeros con la excusa del “¡uy lo qué me ha dicho!”, porque hay que aprender a meditar, a reflexionar, a calibrar el por qué, el alcance, la veracidad, la educación y sobre todo si eso nos va a reportar alguna satisfacción. Si cedemos y respondemos entramos en los “dimes y diretes” que llevan y desembocan en patetismos por las dos partes, yo prefiero quedarme callada. Hay quien “pincha” para hacernos entrar en el circo que ha montado para su propio disfrute, su propio lucimiento, y en ese montaje ha colocado a espectadores y ha vendido entradas, sin tener en cuenta que hay quien no va a dar ningún salto mortal. La mejor palabra es la que queda siempre dentro. No creo en los karmas, creo que la vida va girando, no siempre se recibe bien por bien, ni se devuelve mal por mal, pero sí es verdad que la paciencia es una virtud en desuso, y a quien es capaz de ejercerla sobre sí mismo le puede dar dulces frutos. 
La rabia, la ira, el despecho, el acaloramiento, suelen ser malos consejeros, suelen usarlos las personas con poco dominio sobre ellas mismas, las que no se toman diez minutos o diez días para reflexionar, las personas que “pinchan” confían en la inseguridad y en la prepotencia ajena porque esas son las cualidades que ellas poseen. No merece la pena perder el tiempo y la serenidad respondiendo provocaciones originadas por la envidia, el rencor, el odio, la inestabilidad mental y personal, la inseguridad y la falta de autoestima. Todo pasa, y nos podemos arrepentir de haber abierto la boca, porque la vida es larga, el camino difícil, y las energías, al menos yo, me gusta dedicarlas a caminar despacio, intentando caminar sobre seguro, sin detenerme con cada ladrido de perro, con cada piedra que aparezca, el reto, el verdadero reto, no es responder insignificancias, el verdadero reto es aprender a saltar obstáculos para llegar hasta meta, para conseguir lo que vale la pena, y para eso, para eso sí, una servidora saltará vallas, aunque ya le queden las fuerzas justas.
Encarni Barrera

15 dic 2019

LA VALENTÍA... (Reflexión personal)

Hay que reivindicar la valentía, esa que se esconde entre las uñas y en los poros de la piel, que nos grita que nos lancemos y que acallamos con el miedo que cierra grietas.
Desoír a quien lanza la misma cobardía disfrazada de frases tan cautas que asustan, no olvidar jamás que la cobardía se contagia, que los cobardes inoculan el gas que almidona, y acostumbra, y acartona, y frena...
Los cambios son necesarios, si no se cambia no se evoluciona, se enquista la rutina y se mal forman los sueños.
Atreverse a cambiar el rumbo, porque cuando el barco se ha detenido en alta mar no se moverá si no hay un golpe de timón que lo despierte del letargo... Y aceptar las dudas, saber que puede que se fracase, pero tener la conciencia de que el fracaso es resultado de la acción, el resultado del movimiento, cuando nadie fracasa, cuando nadie cae, quiere decir que su vida fue estática, que no se movió, que permaneció impasible, tampoco es sano la conformidad del alma, el alma debe de ser rebelde, el espíritu debe de rebelarse de vez en cuando, y aprender a caer para conocer el poder interno que conlleva levantarse...
Hablar de cambios, del miedo de quien se mueve, de los riesgos de moverse, de la incertidumbre y de las noches en vela, pero sobre todo comprender que no es lo mismo Vivir que Acostumbrarse, de vez en cuando es bueno abrir la puerta y salir fuera, porque lo de dentro, la mayoría de las veces, ya nos lo conocemos y dejó de asombrarnos, de sonreírnos, de sorprendernos, de empujarnos...

10 dic 2019

NADA VOLVIÓ A SER LO MISMO... (Pequeño relato)


Nada volvió a ser lo mismo. Quise intentarlo. Después de mi interrogatorio, aquello de “pregunta-respuesta” que ya habíamos probado hacía unos meses, cuando mi vida se tambaleó la primera vez, cuando volví la esquina perfecta en donde, a pesar de ser perfecta, se me apuñaló el alma. La fórmula perfecta para que tú no sufrieras demasiado al confesar infiernos ocultos en tu vida y para que yo, lentamente, cerrara los ojos una y otra vez, mientras leía, esperando tus respuestas y mientras mi corazón galopaba y amenazaba con reventar en mi pecho, escondida yo tras la pequeña pantalla de un móvil. Ese “sé qué pasó, quiero la verdad”, ese “va a haber cosas que te van a doler mucho”;y responder con la mentira sincera, la más sincera de las mentiras, “no te preocupes, estoy preparada”, olvidando que nunca lo estamos, nunca nos preparan para que alguien te saque el corazón y lo pisotee. Un largo paseo después de saber que sí pasó, que ocurrió, que nunca debí de preguntar, un paseo para gritar al vacío y llorar con la rabia del no retorno, el paso ligero, la respiración acelerada, visualizando en la mente, una y otra vez, cada una de las terribles respuestas a las inclementes preguntas. Vaciando tu alma, “esto no es fácil para mí”, y mi rotundo “ni para mí” que me salió rabioso, tecleando sobre el inocente móvil ajeno a aquellas declaraciones podridas de años, esas que se enquistan, las que, de repente, te hacen ver cuánto de ruin fuiste capaz de ser, cuánto de mentiroso, cuánto de irresponsable, cuánto de miserable. Confesando que no me tuviste en cuenta, que olvidaste que podía sufrir. Recurriendo a la vacilante suerte para que jamás se me presentara delante la realidad putrefacta de los cadáveres dejados en las cunetas y nunca enterrados, confiando al azar y rogando para jamás yo supiera… Dejé al viento golpear mi rostro para que secara mis lágrimas, retomé el resuello placentero de la conformidad por lo que no tiene solución, me acurruqué en aquel rincón olvidado de mi dormitorio de niña, el mismo que me sirvió de tumba durante meses. Y perdoné…
Nada ha vuelto a ser lo mismo. Juro que lo he intentado. He ofrecido mis labios puros, los que besaron los tuyos marcados por pecados múltiples e impuros. Te miré a los ojos y recibí tu mirada, y no pude soportar el sabor de tu saliva, ni tus manos en mis pechos, ni los besos en mi cuello. Ese asco que te hace dar arcadas, que se instala en el estómago y sube hasta la cabeza, que queda alojado en el corazón, que hace que las imágenes narradas dancen el extraño baile de máscaras amándose cuando todo es tan dantesco que las llamas crecen alrededor. Las risas ajenas que te golpean el tímpano, los gemidos de la boca que se amaba, las caricias ofrecidas como oblación a una diosa que no era yo… La angustia paseándose por mis costados, apretando mis costillas y haciéndome sollozar de pena. El sonido gutural semejante al lamento de la muerte entre mis dientes, rasgando mi garganta y destrozando mi laringe… No pude olvidar, lo intenté, juro que he intentado relegar al olvido las frases dichas, impresas en una pequeña pantalla, he intentado carbonizar a fuerza de amor y de ternura toda la crueldad de tu indiferencia, tu olvido, tu desdén y tu desprecio. No he podido olvidar mis llantos, mi abandono, el sufrimiento de saber que hubo quien sació tus años de hambre de caricias, cuando yo esperé tu llamada ignorante de que en una cama se me robaba la vida y eras tan cruel que olvidaste mi vida... Nada ha vuelto a ser lo mismo…

Ha sonado por cuarta vez el teléfono, por cuarta vez mi mirada impasible ha sostenido unas ramas del árbol que se mece al ritmo del viento frío que trae un invierno cercano, por cuarta vez he dejado que se agote la impaciencia de unos tonos helados como tu alma, la de entonces, la que no tuvo en cuenta que la suerte, esa a la que se invoca para desear que por toda la eternidad los pecados queden ocultos, puede ser la peor de las aliadas. He sonreído cuando el silencio ha invadido el espacio en penumbra del dormitorio, cae la tarde, está gris el cielo y negra mi vida. Te di todo, entregué lo imposible, caminé de tu mano creyéndote guía, creyéndome palabras que han sido mentira. Y la tarde cae. Frente a mí ya las sombras que han ido calando en mis huesos y en mi mirada. Te quise tanto que ya no duele, ha huido de mí el alivio que suponía dejar a mis lágrimas libres. Ya no duele, o eso quiero creer. Fue imposible mirar desde abajo, mirarte a los ojos mientras me besabas, me apisonaba el peso de tu cuerpo sobre el mío, veía a centímetros la boca que mintió, y robó, y gozó, y mancilló un amor puro… no pude amarte, me revolví como la fiera enjaulada, la que es azuzada con una tea ardiente, me zafé de tus manos que pinchaban, las mismas que dieron caricias y me hicieron feliz tantas veces… Ya no duele. He dejado de escuchar tu nombre pronunciado por mi corazón, retumbando como un eco en mis pulmones, vaciado el cofre de mis sueños, abandonados los pasos compartidos.
Nada ha vuelto a ser lo mismo sin ti… Pero jamás hubiera sido ya lo mismo contigo…
(Encarni Barrera) 

8 dic 2019

MIS REFLEXIONES...


He comprobado que soy muy poco negativa, que casi siempre veo el vaso medio lleno, que no importan ya algunas cosas que eran determinantes años atrás. Me empieza a gustar mi desorden, todo el desorden, incluido el desorden mental que todos llevamos en algún momento y que no sé por qué motivo nos empeñamos en ocultar, nada más humano que sabernos imperfectos y desordenados. He dicho adiós a personas que creí que me importaban, sólo creí, he abierto las puertas a otras que, estoy segura, traerán motivación y sonrisas.
Recurrir a los años vividos en un intento de que todo vuelva a ser igual es poco más que una quimera.
Después de tener conciencia de que muy pocas cosas son para siempre, es mucho mejor centrarse en hacer de esos momentos que vivimos unos instantes inolvidables, que nos pongan una sonrisa una vez recordados y evitarnos la amargura del recuerdo de lo que no fue...
(Encarni Barrera)

7 dic 2019

HA PASADO UN AÑO... Y YO ESCRIBÍ ESTO (2018 DICIEMBRE)

De pequeña quería ser mayor. Desde siempre quise ser mayor y ser escritora. Y las dos cosas las realicé en mayor o menor grado, soy mayor y escribí, sé que moriré un día, pero también sé que mis hijos podrán acariciar el lomo de novelas que pasaron sin pena ni gloria, pero que fueron el sueño realizado de su madre… Fui una niña inquieta que siempre hizo o intentó hacer lo correcto, un alma rebelde encerrada en un cuerpo obediente, incapaz de rebelarse contra las normas, incapaz de dar un disgusto a sus padres y así me llegó la adolescencia: incapaz de dar un disgusto a mis padres, incapaz de romper unos horarios… y mi alma rebelde seguía enclaustrada, y deseaba volar y nunca supe cómo. Y perdí mi niñez y se fue mi adolescencia y mi juventud la marcaron las reglas que conforman el mundo en el que me tocó vivir. Y fui feliz. Siempre lo fui, aún encerrada en una jaula de obediente aceptación, aún sabiendo que podía llegar más lejos pero que no me dejaban mover las alas más allá del alar del tejado… pero fui feliz. Igual es cierto que ser feliz es aceptar la situación y disfrutarla, aunque sepamos que no es la nuestra, que tenemos otras situaciones.

Deseaba poner cintas en mi pelo y usar minifaldas, y atreverme con escotes que dejarían sin misterio mis exuberancias, y deseaba pintarme más y poder fumar sin ocultarme, y leer sentada en el suelo sin que supusiera una “postura poco decente”… Y deseaba que mi padre aceptara que me había enamorado del chico equivocado, ese que el odiaría de por vida porque era el canalla incurable que haría sufrir a su hija, pero que su hija lo adoraba. Y deseaba viajar sin tener que arrastrar una maleta llena de latas de conservas… Se nos va la vida y no nos damos cuenta, nos paramos poco a pensar en lo que deseábamos hacer y no hemos hecho, en lo que todavía podemos hacer. Ahora escribo y me hago mayor, y pongo en mi pelo cintas y sombreros, ya no vigilo relojes porque nadie me reñirá si llego tarde, no uso minifaldas por un mero sentido de la comodidad, no uso tacones porque mis pies me salieron impertinentes y me protestan si los martirizo… Pero uso gorritas, y sombreros, y boinas, y me gusta, y me pongo escotes aunque ya mis exuberancias den poco juego, siguen dando el justo y necesario para quien, todavía, sigue siendo aquel noviete canalla que mi padre odiaría toda su vida. Sé que ya no, sé que mi padre ya no odiaría, porque él, al igual que muchos, con el tiempo descubrimos que ser feliz es lo único que importa en este valle de lágrimas…

De pequeña quería ser mayor… Y me estoy haciendo mayor disfrutando del aire, sabiendo que mis hijos me ven feliz y con eso me basta, sabiendo que en sus abrazos está el ánimo para que vuele, porque ya mis alas crecieron y me permiten llegar más allá del alar del tejado. Y porque ellos, los míos, mis hijos, lo único que me importa, son los que realmente pueden empujarme o detenerme, y me empujan, y saben que renuncié a muchas cosas, como todas las madres, como la mayoría de las madres de esta generación mía mutilada un poco, conformista un mucho… Es mi hora de hacerme mayor y de volar, y de abrazar un cuerpo que dejé escapar, todavía estoy en edad de hacerlo, porque mi corazón sigue latiendo, porque nadie sabrá nunca de los pasos no dados ni nadie morirá por mí… De niña quería ser mayor, y me he hecho mayor así, sin prisa, descubriéndome a mí misma y decidiendo por mí misma, sabiendo, a estas alturas, que no debo explicaciones, que no debo nada a nadie, que quiero ser feliz como lo fui un día, sabiendo que todo pasa, que a veces se nos escapa el aire en un suspiro y el amor se nos va por la ventana, y tenemos que aprender de nuevo a respirar, a amar y a sonreír… Y yo quería ser mayor y lo conseguí, porque personas conocidas se fueron sin atisbar siquiera la belleza de una arruga… Y hoy que soy mayor quiero ser feliz, quiero arrugarme la piel junto a la piel que amo, que mis manos se completen con venas azules y coger otras manos, que mis párpados sean flácidos y miren otros párpados flácidos, porque será señal de que, al final, cuando fui mayor, escogí bien, porque será señal de que me hice mayor y fui capaz de volver a amar, porque así comprobaré que el recorrido mereció la pena…

De niña yo quería ser mayor. Nunca, hasta ahora, tuve claro para qué… Ahora sí, porque he descubierto que a veces te haces mayor para poder hacer todo aquello que, en un tramo de la vida te fue imposible realizar, conseguir, y alcanzar… Ahora que soy mayor, sólo quiero envejecer feliz, junto a mis hijos, junto a quienes hayan decidido quedarse a mi lado, junto a la persona elegida en este último tramo que fue el primero… y así irme despacio, sin prisa, sabiendo que un día mis hijos acariciarán el lomo de un libro que escribí, una foto en la que estará mi sonrisa y mi recuerdo, y sabrán que, al final, su madre fue mayor y fue feliz…

(Encarni Barrera)

6 dic 2019

Y ENTONCES DESCUBRES...

Y entonces descubres que no importan cuántas dietas hayas hecho, ni siquiera si han funcionado, que da igual el contorno perdido de la cintura, la celulitis del trasero que ya se cae a ojos vistas... 
Descubres que no importan cuántas cremas hayas usado, ni a los centros de estética que hayas acudido, que las patas de gallo están ahí y se encogen cuando sonríes, y que da igual si tienes que acudir más habitualmente a tapar tus canas... 
Descubres de repente que hay unos ojos que te miran distintos, que saben que todo eso ha pasado porque el tiempo pasó por encima, pero ha descubierto, sin que tú te dieras cuenta, de que tu risa "le pone", de que ya no se excita por unas curvas exuberantes sino por una risa incontrolada, de esas que da la madurez, porque esos ojos han descubierto que su trasero también se cae a ojos vistas, y sus patas de gallo se arrugan al verte reír a ti. Es así de simple... 
Hay un día en el que descubres que una mano acaricia tu cabello mientras ve la televisión, por el simple placer de tocar algo tuyo, que no necesita que tengas un tanga imposible, porque, por raro que parezca, también "le pone" un viejo pantalón de chandal... 
Y descubrir que discutir no es tan malo, ni tan hiriente, porque se descubre que en mitad de una discusión se suelta un beso perdido, cuando ya creías que la boca, esa a la que se le han fruncido las comisuras de los labios, es todavía capaz de responder con un largo beso con lengua, como a los quince, y no pasa nada... 
Porque las arrugas, la celulitis, las canas, te han dado el poder para descubrir que nada cuenta más que las ganas, y que el Amor, después de todo, no era la ropa sexy, ni el cuerpo firme, ni el maquillaje perfecto, el Amor era algo así como lo que estás viviendo ahora, cuando has descubierto, de repente, que sigues siendo visible porque el corazón, precisamente, entiende sólo de lo que hay detrás de tu mirada...

Encarni Barrera

22 nov 2019

SILENTE...(Relato de un maltrato silencioso. 22 de noviembre 2016)


¿En qué momento dejó de ser una sencilla discusión? Paula no lo sabía, caminaba delante de él, habían quedado atrás los reproches sentados a la mesa del bar, delante de unas cervezas que ella no probó, ocupada en mirarle a los ojos e intentar controlar su rabia y su pena, y sus lágrimas. Algunos de los clientes habían vuelto la cabeza ante el tono elevado de la voz de él. Indiferente al llanto que suave corría por sus mejillas, con la sonrisa de la tristeza entre las comisuras de sus labios y el corazón rompiéndole el pecho y latiéndole a la velocidad de la luz. Quería irse, tenía que irse de allí, una tras otra cayéndole las gotas de la furia del macho, aquella que él había sacado en más de una ocasión. No podía más. Sabía los pasos siguientes. En el momento en el que ella dijera que se iba él volvería a recular. Él la increpaba sin el más mínimo sentido del decoro y de la discreción, ignorando aquel amor al que apelaba de vez en cuando, olvidando las veces que él le suplicó que se quedara cuando los vientos soplaron en contra de su relación. Él pidiendo, ella cediendo. Una vez tras otra. Le comentó que se sentía mal, que quería volver al hotel, que le diera la llave, se levantó sin ningún remordimiento después de decirle que quería que se fuera, que pidiera un taxi y que saliera para siempre de su vida. Y el miedo. Ese miedo tan masculino que rompe las reglas y las normas y las formas. Dándole las gracias por dejarlo tirado, aquel tono imperativo, con los matices de la desesperación, justo en el momento en el que ella se giró y volvió a sentarse. Una vez más. Mil veces más con tal de salvar aquellas escenas patéticas llenas de dolor y hiel. Marcelo no medía, nunca lo hizo. Pasaba por delante de sus sentimientos aplastándolos como si fuera una apisonadora… Y más tarde el paseo, aquel en el que él le confesaba que la quería, que la quiso siempre, que ninguna como ella, que nadie lo quiso así, que lo enseñara a querer. ¿Amor? Paula ya no sabía si aquello era amor o era un puro enganche emocional. Cabizbaja, escuchándole, sintiéndose impotente, inútil, sabiendo a ciencia cierta que era víctima de un maltrato silente, de aquel que ella sabía porque lo leía a diario, porque lo recriminaba a diario, porque aconsejaba a otras mujeres que no se dejaran manipular. Lo mismo que ella estaba admitiendo, aceptando, lo mismo que ella perdonaba. Una más. Era el maltrato silente de quien recurre primero al rencor anímico y después al perdón. Miserable en sus ironías, miserable en sus formas, gestos llenos de amargura. Intentó recordar la primera vez que lo permitió, la primera en la que no pudo abrir la puerta y decirle que saliera para siempre. Y luego más…
Todo se había calmado, él estaba tumbado en la cama, veía la televisión tranquilo, había pasado el vendaval, había pasado la furia de los vientos, y ella saliendo de la ducha, la pena en el surco morado de los ojos rojos por el llanto, aquel llanto del que él, en los momentos crueles de la tormenta, se reía, el llanto que él besaba luego, calmado, cuando era consciente del castigo infligido a quien amaba con toda su alma. No sabía querer. Tal vez nunca lo enseñaron, si es que el amor puede enseñarse. Quizás él llevaba razón. Quizás era verdad que se defendía atacando porque la violencia verbal había estado instalada en su vida siempre, quizás era verdad que nadie le habló despacio, con la voz del amor y la mirada entregada al cariño. Quizás lo hicieron así y ella pagaba lo que otras habían sembrado. Una vez más, después de la tempestad había llegado la calma ¿hasta cuándo?, hasta la próxima. O no. Se tumbó junto a él y cogió su mano con toda la ternura del alma puesta en las yemas de sus dedos, comenzó a hablarle quedo mientras él acariciaba su cabello, le besó el pecho y el hombro mojándolo con sus lágrimas, muchas lágrimas, las de la no comprensión, las de los enganches crudos que hacen que la vida se convierta en una noria incontrolada. Y otra vez aquellas respuestas, lanzándose como un tigre ante la mirada estática de quien lo observa, por miedo a dar un respiro y dar tiempo al disparo. Fuera llovía, dentro también. Se escuchaban voces en la escalera de clientes que subían o bajaban y ella salió de la cama tranquila, recuperó la maleta de él; la pequeña maleta negra que colocó sobre la cama, abriéndola, mirándole con la pena de la desolación y la calma del corazón destrozado, “Haz la maleta, te vas, vete para siempre”, sin gritos, sin atisbo de otro perdón. Recordó aquella confesión de él, una hora antes, en el bar de los clientes observadores, “¿No te das cuenta? Soy un maltratador verbal, tú me lo has dicho, y te estoy destrozando”… Sí, así era. Ella lo sabía, él también, ella no quería más dolor, él la quería a ella pero no sabía quererla. Él lo había dicho, era el perro que todos habían golpeado y había aprendido a morder, incluso cuando una mano se acercaba para acariciarlo, él seguiría siendo así, era demasiado tarde para cambiar, ella quería sonreír sin pena de nuevo, morirse de nostalgia pero recuperar la calma. Volver a respirar profundo. Tenía el derecho de vivir en paz en sus manos, lo había rescatado de la maleta que descansaba sobre la cama… Fuera no se escuchaba nada, había apoyado sus manos sobre el lavabo, no miraba su imagen en el espejo, no necesitaba mirarse, sabía que estaba demacrada, la puerta estaba abierta, bastaba un empujón y él podría entrar, y ella deseaba que entrara, que le suplicara una vez más que se quedara con él, que no lo dejara, que no se fuera. Un solo empujón y él estaría a su alcance, y se jurarían que no volvería a pasar jamás, y sabrían que se repetiría pero los dos harían que creían en promesas que ya carecían de valor… Se escuchó el golpe de la puerta de entrada. La televisión se había quedado muda, el sonido del agua fuera, el de sus lágrimas dentro. Todo había terminado…
Subió al autobús. Había pasado mala noche. Tuvo pesadillas. Vigiló el teléfono a cada minuto. Él se había ido. Supo que era su liberación pero pensó que prefería vivir esclava y que él volviera; no era para tanto, después de todo eran pequeñas discusiones que luego quedaban en niebla y dejaban paso al sol. Podría vivir así toda su vida siempre que él estuviera allí, detrás de la niebla, acariciando su pelo… Recibió un mensaje cuando estaba casi llegando a su destino, “He pagado con creces un error de hace siglos, te amaré mientras respire”, una frase que le cerró los ojos y le descubrió que, después de todo, era mejor así, al menos, quiso creer, alejada de él nunca correría peligro su vida, la misma que él se había llevado… (Encarni Barrera)

7 nov 2019

Y DIJE ADIÓS... (Noviembre 2017)

Perdona que me haya ido en silencio. Nunca fui mujer de reproches. Siempre te dije que lo haría así, cuando fuese el momento cerraría mis ojos y mis labios, después de todo tú sabes mejor que nadie el por qué. No hay lugar ya para la aventura en común y los comunes sueños. Por lo tanto no queda nada que reprochar porque todo se cumplió. El cansancio no estaba dentro de los planes, pero a veces sucede. Me voy como llegué, en silencio, sin ruido, sin algarabía, sin fiestas ni focos, ni presentaciones sociales, ni celebraciones a lo grande. Igual que arribé así parto. Con mi liviano equipaje y mis manos vacías. No hay reproches, no son necesarios. Ya no estamos en la edad del débito ni del crédito, nada me debes, nada te debo, se vivió lo que tuvo que vivirse, se sufrió lo que nos llegó con cuentagotas, sin darnos cuenta.Te he amado como soy yo, suavemente, acariciando los tiempos, distribuyendo los espacios para no hacer del amor rutina… pero nos ha llegado, y me niego a ser multitud, siempre me gustó ser excepción que confirmara reglas. Perdóname por irme así, sin rabia. Supongo que es una de mis excepciones, nunca lancé a la cara despechos ni iras, no tengo el por qué. He cruzado la edad en la que se reclaman sentimientos porque he comprendido que los sentimientos se ofrecen, nunca se piden, que no pueden forzarse, que tienen que nacer de la piel y de la sangre. No llevo llantos, quizás la poca tristeza que se queda pegada como sal en el lagrimal cansado de la vida, ese que ha llorado ya en otras ocasiones, hay pocas lágrimas ya que puedan ser lloradas. Soy mujer de llanto fácil pero de difícil lágrima obligada. Ya no lloro por desamor, todo lo lloro por amor. El recorrido me ha enseñado que así como la vida lleva implícita la muerte, el amor lleva implícito el desamor. Los mil detalles que salen de dentro para que el otro corazón comprenda que ya no tiene compañero, que las cosas son así, que no pasa nada, que el adiós es tan legal, tan normal, tan cotidiano como el hola. Que quien llega puede irse un día, que una llegada no implica una estancia eterna… Supongo que soy de esa especie rara, trasnochada y anacrónica que cree en la libertad personal del ser humano, en la libre elección de caminos. Entendí que todo acabó. Y, a estas alturas, después de haber visto los paisajes desérticos que se viven cuando llega el desamor, saber que tú me guardarás para siempre entre tus mejores momentos, es suficiente…

8 oct 2019

HAY UN TIEMPO EXACTO... (Reflexión personal)


Hay una hora de tibieza, esa que se instala entre un bostezo sostenido y la seguridad de que se cumplió el día y los horarios. Hay un momento exacto en el que, ante un acontecimiento, una situación, un paso más, nos dejamos caer en un sillón y cerramos los ojos, meditamos, o eso creemos, cuando en realidad damos vueltas en torno a una noria llenando y vaciando nuestra propia mente de pensamientos positivos y de “peros” que los enturbian… Pero existe esa hora, la tibia, la cándida, la hora feliz en la que bostezamos, esbozamos una sonrisa, soñamos, visualizamos mil imágenes bucólicas, paradisíacas y suspiramos. La relajación es eso: visualizar lo bello, la calma, la serenidad, un paisaje perfecto con una persona imperfecta cogiendo la mano o rodeando unos hombros. Y la mente, esa aliada que a veces nos destruye los sueños más placenteros, se alía en ese momento con nuestra alma para regalarnos el positivismo, la certeza de que, en unas horas todo el mundo flotará a nuestra altura. Tal vez no pase, pero cuando se alinean los planetas en horas brujas mágicas, todo puede suceder. Cerrar los ojos y desearlo… De eso se trata la relajación. De desear lo bello. Lo positivo. Lo que nos hace felices y grandes… Me tomo unos días, me voy a esa estación olvidada de los sueños. Terminé mi novela, terminé un recorrido, disfruté durante el trayecto. He aprendido que las carreras hay que gozarlas mientras se corre, que el cansancio es un motivo más para comprender que la llegada será todo lo victoriosa que queramos o, sencillamente, podemos convertirla en un festejo compartido con quien corrió a nuestro lado. Me tomo el respiro de quien ha comprendido que, a una edad, es necesario pararse, meditar y vivir. Y reír. Reír mucho. Mientras la vida me regale horas y las horas minutos, mientras mi corazón lata en mis sienes y me acaricie el pelo el viento suave que arrastra susurros de mundos desconocidos… Me tomo unos días para ver atardecer en la playa, mirar una puesta de sol sin prisas, sin haber previsto el paso que daré después, para dejar cerrado un libro en la arena y mojar mis pies en espumas. Para sentarme con mi sonrisa y unas chanclas y observar cómo caminan los demás. He aprendido que todos los pasos se van cumpliendo, que el tiempo puede ser el mejor consejero o el más cruel de los compañeros de viaje. Me tomo tiempo para mirar a través de una ventanilla y comprobar que la velocidad la creó el ser humano para sentirse un poco Dios o un mucho inmortal, pero que, por desgracia, no es lo uno ni lo otro… He cumplido la vida, la cumplo día a día, mientras escucho música y camino, quizás por eso necesito más vida, porque se me va quedando en pasos. Me tomo estos días para compartir mi respiración con mi sombra y con personas que me harán sentir el alma, días que me devuelvan las manos juveniles que deseaban alcanzar la luna. No necesito más. Necesito sólo el pie que acompañe mi paso, la mano que salpique de agua mi rostro, la voz que me narre cuentos interminables a la luz de la luna llena. Y una copa de vino dulzón que caliente la sangre que envejece a pasos acompasados con arrugas posibles y gestuales de dolor y de paz. Porque también comprendí que la paz deja huellas. Creí en la empatía, la intenté llevar a cabo, comprendí que rara vez podemos ponernos en la piel ajena, porque ajenos somos a sufrimientos o placeres de otros. Porque cada cual sufre y goza de forma diferente… Y ahora me tomo unos contados días, los justos para aclarar la mirada y agudizar el oído, para aceptar que se cumplen las profecías aunque estas estuvieran exentas de credibilidad y de promesas. Tiempo de calor, de calidez, de cadencia, de caderas expertas, de labios ávidos, de templanza terrena que se unirá, como está mandado, con la templanza divina. Me tomo el tiempo que requiere de lentos momentos sin mirar relojes y sin planes previstos. Aprendí a no hacer planes, a solucionar con grandes remedios grandes males, a preocuparme lo justo ante imprevistos que podrían ser y que fueron. Me ha llegado la edad de la lujuria encarcelada, de las condenas carnales, de esas que se sacian y se vengan en brazos que acogen y dedos a los que les urge cumplir su venganza. He aprendido de la mentira contada, de las pasiones vividas, de la verdad dolorosa, de los secretos infames, de lo que no se dice pero se piensa, de lo que no se responde porque es mejor dejar que el tiempo fluya, de las miradas que dicen y de las bocas que engañan. He llegado a destino, he llegado a mi tiempo para olvidarme de teclear sentimientos por unos días, sólo unos pocos, los necesarios para entregarme a mí misma lo que me debo y lo que debo a mi corazón. Me tomo un tiempo de ayuno de letras, abstinencia de medir lo que se dice para ser desbocada y alocada en expresiones… Me tomo un tiempo para vivir y para vivirme, los músculos lo reclaman, la sangre lo necesita, el corazón lo exige, la mente lo suplica y, como obediente mortal, decido relajarme y abandonarme al placer pagano de los sentidos… Y ahí queda eso, seguiré informando…

1 oct 2019

ALGO QUE NOS HA PASADO A TODAS, Y A TODOS... (Reflexión personal)

Creo que es algo que nos ha pasado a todas, y a todos (por eso del lenguaje inclusivo), supongo que la sensación de haber perdido el tiempo con personas equivocadas es algo tan habitual que hasta las redes crearon el meme correspondiente, por si no nos habíamos dado cuenta. Yo tardé en comprobarlo, digamos que he perdido años de mi vida creyéndome lo que no era, no sé si es por ignorancia o inocencia, me refiero a la ignorancia de la buena, de esa sana que nos hace ignorar el interés ajeno o, simplemente, la sensación de haber sido utilizada, no por ningún interés material, creo que más bien era porque se formaba parte de un rebaño, ese que mientras balas acompasando el balido al de los demás está muy bien, pero que cuando decides salir fuera del cercado para descubrir el prado ya como que no es tan bien acogida la idea. Creo que a todas nos paso, y a todos (por eso del lenguaje inclusivo), descubrir la tristeza que deja en los ojos el sentimiento de abandono, ese que surge cuando se abandona el cercado y te adentras en el prado, cuando tienes la duda de los peligros que te acechan, y confías en que, si los hubiera, los demás integrantes del rebaño saldrán a ayudarte... O al menos a preguntarte cómo estás, es curioso, los humanos vamos creando apegos que pensamos que serán para siempre, materiales y personales, y un buen día sucede la sacudida y nos descubrimos desnudos de los apegos materiales y desvalidos de los personales, porque, no nos engañemos, nos hace falta el apego del cariño, ese que se va forjando a fuerza de secretos, de risas, de apoyos y de paellas, y de reuniones joviales mientras nadie se atreva a destruir el remanso de paz del rebaño. Creo que la sinceridad está sobre valorada, hoy en día, cuando alguien dice que va a ser sincero es para ponerse a temblar, porque, opino, cuando suelta su sinceridad me da a mí que está soltando el lastre personal con el que arrastra, revestido, muchas veces, de cierta envidia sibilina que nos ha vendido con anterioridad como alegría sincera, de ahí que ya no crea en las sinceras intenciones de los rebaños. Y creo que eso nos ha pasado a todas, y a todos (no voy a reiterar más lo del lenguaje inclusivo), supongo que, aunque lo hayamos descubierto pronto, pensaremos que perdimos demasiado tiempo en algo que no nos merecía la pena, con el paso del tiempo, porque aunque sea un minuto el tiempo es algo que no podremos recuperar jamás, pero es verdad que da rabia comprobar que se tuvo consciencia demasiado tarde de que nadie se asomaría al prado para ver si estaba bien, para preguntarme si era bonito estar fuera, para animarme a seguir descubriendo la libertad... Nacemos solos, y solas, con la única ayuda de nuestra madre, caminamos rodeados de personas que nos vienen en el pax por esa cuestión de familia, a otros los escogemos libremente, por eso del concepto de amistad que vamos almacenando con los años, y un buen día descubres que ese concepto no es igual para todos, ni para todas, que el rebaño que te acompañaba no tenía los mismos criterios, los mismos conceptos, los mismos valores y por supuesto, no tenía el mismo sentido de amistad que tuvimos para encadenar nuestros apegos a ellos,  y a ellas... Y unas y otros, los y las que hayamos tenido que aprender el desapego personal a prisa y corriendo, nos damos cuenta de que no pasa nada, de que hay vida, de que no importa quién lo importante es uno y una misma, lo importante es salir de la cerca, corretear por el prado, porque fuera vamos a encontrar a muchas y muchos más que decidieron abandonar el grupo establecido para vivir en libertad, con conceptos propios, respetando los ajenos, y ya, cuando alcanzas una edad en la que descubres todo eso, con sorpresa descubres que también, los años, te tiñeron con una capa de cera en la que, pasado el primer pinchazo los demás no duelen... Y aquí estoy, y aquí estamos, intentando vivir fuera, en el prado, mirando de vez en cuando al cercado, pensando que hubiera sido bonito que el rebaño al que pertenecíamos nos hubiera acompañado fuera, porque, tal vez, hubieran descubierto que no habíamos cambiado respecto a nuestros afectos y nuestros apegos, sencillamente teníamos la necesidad de respirar... Feliz tarde a todas y a todos (por eso del lenguaje inclusivo)

27 ago 2019

HE VUELTO...

Dicen eso de Año Nuevo Vida Nueva, bueno, en mi caso se podría decir, Situación Nueva Vida Nueva. Después de eliminar y decidir empezar de cero me he decidido por hacerlo hoy. Recomenzar mi Blog, con mi vida como espejo, con mis reflexiones, mis opiniones, mis vivencias, mis opiniones. Tal vez porque todo ha cambiado en un año, tal vez demasiado, y porque, después de dar un giro a mi vida de ciento ochenta grados se confabula el destino y a esa Vida Nueva le tengo que añadir que en veinte días cumpliré cincuenta y cinco años, una cifra redonda que media la cincuentena y la sesentena, y espero cumplirlos, porque veinte días, depende a qué edad, pueden ser muchos años, un espacio de tiempo demasiado largo. Una edad que me llega bastante trillada, que me ha enseñado a abrir ojos y cerrar puños... pero eso lo dejo para mi reflexión cumpleañera. Por lo pronto vuelvo a escribir por aquí después de un tiempo corto que me sirvió para decidir que no quería montones de visitas, que no quería montones de países, que soy doméstica, una ama de casa de andar por la misma. Que deseo lo reducido porque lo que no controlo me doblega y me satura. Y aquí estoy girando también este Blog, dispuesta a que no me lea nadie o a que lo hagan de vez en cuando, a no vivir pendiente de cuántos, sino de estar cómoda mientras tecleo, a decir lo que pienso aunque no sea ni política ni socialmente correcto, no me importa, lo único que me gusta es escribir, y eso sí que lo haré, sin la presión de si son muchos lectores o pocos, quiero los justos, los que realmente disfruten de lo que escriba. Mi situación personal ha cambiado, por lo tanto también cambiarán algunos puntos de vista, algunas reflexiones, algunos comentarios. Cambié mi estado, porque la vida es un continuo cambio, no envidio a quien no cambia ni a quien lo hace, porque a la postre, lo que queda, es lo que cada uno haya vivido y disfrutado. Así pues, poniéndome las pilas, cambiando también el diseño de mi Blog, os doy la bienvenida a quienes sigáis leyéndome. He abierto esta nueva etapa con una reflexión personal sobre un artículo sobre las relaciones que se inician pasados los cincuenta, algo que me toca demasiado de cerca, como siempre es una opinión subjetiva, porque siempre escribo desde la subjetividad, me llena el alma escribir desde y con el corazón, la mente la dejo para los eruditos y los filósofos. Espero que el camino sea próspero y largo, y me deje la estela de la seguridad personal y del crecimiento emocional, para todo lo demás tengo a personas reencontradas, amistades redescubiertas, contactos que han vuelto a mi vida y que han hecho que sea más amplia, más extensa, más rica y más plena... Gracias siempre.

DESPUÉS DE LOS CINCUENTA... (Retomando desde cero)

Hay un artículo por ahí que dice que a los cincuenta es complicado encontrar pareja estable... Bueno, supongo que sí, a partir de los cincuenta todos venimos con años y daños, con taras de la vida y mochilas cargadas de manías y de imperfecciones. Adaptar las nuestras a otra persona conlleva riesgo, esfuerzo, paciencia y una lista interminable de sacrificios varios que nos hacen estar en guardia al principio, o relajarnos y disfrutar del paisaje aceptando que cada persona es un mundo y que nadie somos perfectos. Hay un pequeño fallo de comprensión, y es que todos creemos que nuestros hábitos y nuestras manías son las mejores, por lo que las que trae el susodicho son insoportables, eso es lo que yo llamo el egoísmo maduro, porque a cierta edad, igual que los niños, nos vamos volviendo egoístas, queremos que nos quieran mucho tal y como somos, pero a la hora de querer mucho tal y como son nos cuesta un poco. El mismo derecho tenemos que tienen, es decir, el respeto al espacio, a nuestros hábitos y nuestras costumbres. A los cincuenta y después acumulamos pasados, otro "gran escollo" para la fluidez confiada de una relación. Nos gusta, o eso decimos, que nos sean sinceros, pero en ocasiones una cuota demasiado extensa de la sinceridad nos crea desconfianza, celos y recelos, como si nosotras no tuviéramos nuestros propios pasados vividos y disfrutados. Cuando son sinceros y nos cuentan todo, con pelos y señales, esto es, con diferencias, disputas, infidelidades, canitas al aire o secretillos vividos anteriormente podemos comenzar a pensar que nos harán lo mismo, por lo que se nos puede disparar la lucecita del desasosiego, que lejos de cimentar y de estabilizar nos va a hacer dudar de todo o casi todo... A veces somos injustas, pedimos lo que, en teoría, deberíamos de gestionar bien, es decir, hemos pasado los cincuenta, ya queda poco para el regocijo masculino de los treinta o primeros cuarenta, cuando un señor de más de cincuenta, rondando los sesenta, decide una relación con una señora que ronda los sesenta es por "algo", y deberíamos de ir pensando que ese algo se aleja mucho de las imágenes con fotoshop, de la dureza de los glúteos y de la tersura de los pechos, tontas no somos, el tiempo lo deja caer todo, y si nos miramos al espejo y vemos arruguillas, y vemos michelines, y vemos imperfecciones tendríamos que comenzar a pensar que, por el físico precisamente no es, al igual que les sucede a ellos. Porque ellos también podrían desconfiar si se miran al espejo y ven las barriguillas cerveceras, las calvicies, las patas de gallo (que también las tienen) y la caída de otras ciertas partes, que también comienzan a caerse... Después de los cincuenta una relación puede ser todo lo placentera, lo confiada, lo alegre, lo vital, lo mutua y lo enriquecedora como seamos nosotras. Pero es verdad que cuesta, que te surgen mil dudas, que se crean mil preguntas, que nos volvemos exigentes, no sólo nosotras, también ellos, hemos conquistado nuestro espacio, somos plenas, queríamos libertad y por fin la hemos conseguido, y queremos preservarla, y ahí estamos, viviendo nuestra madurez dorada, difícil renunciar a nada, pero es verdad que a veces las renuncias a una parte te aportan crecimientos personales en otras partes... No estoy de acuerdo con el artículo leído en que después de los cincuenta nos volvemos cómodos, creo que es una década vitalista, creativa, tremendamente sincera, cuando nadie nos calla, pero es una edad en la que si se decide comenzar una relación puede ser mucho más segura que las que nacen a los treinta, cuando lo sexual manda demasiado y lo emocional pasa al segundo plano... Pues nada, yo animaría a las señoras mayores de cincuenta a que descubran cuánto de conquistadoras pueden ser, cuánto de alegres, de risueñas, de amantes, de compañeras, eso sí, después de conocer todo sobre quien llega, aunque moleste un poquito descubrir pinceladas no gratas, mejor así, confesadas, a que te asalten a la vuelta de la esquina en una sorpresa que puede molestar más... Somos cincuentañeras, con todo el bagaje acumulado, y dispuestas a ser sesentañeras llenas de vida y de mucho más bagaje, y si se vive con alguien que te complementa y te balancea el mundo mucho mejor...

  Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno, el quebrado naranja de las hojas que piso, caminando desnuda y esperando los hiel...