9 ago 2022

                                                                                                                   
ADIÓS, OLIVIA, ADIÓS, SANDY
               
 Tenía catorce años, estudiaba en Úbeda, estaba interna en el Colegio de las Siervas de Santa María, salía fuera hasta el Instituto San Juan de la Cruz, vestía uniforme y era la clásica niña timorata y tímida que va viviendo a retazos. Era un veinticinco de marzo del año mil novecientos setenta y nueve, día de mi santo, la Encarnación, la Anunciación, cualquiera de las dos advocaciones es válida. Mis primos de Úbeda me llevaron al cine. Estaba en la calle Real, ponían Grease. Y yo estaba toda nerviosa. Era la primera vez que iba a un cine que no fuera el de mi pueblo, con mis padres, muy lejano ya en el tiempo. Descubrí el mundo en aquel musical, en el que una timorata Sandy hacía sufrir con su recato al canalla Danny... Y soñé. Soñamos toda una generación, la que comenzó a usar pantalones pitillo de cuero, porque esas que somos ahora sesentonas o casi, todavía podíamos usarlos,
sandalias con tacón de aguja, top ajustados y permanentes cardadas. Comenzamos a soñar con el chico canalla de turno. A mí me tocó tres años después, pero me tocó (jajaja), o yo le toqué a él, que también padeció el recato, pero que se lo ha cobrado con creces cuarenta años después. Olivia fue el ídolo, igual que antes lo había sido Marilyn. Ella era otra cosa, una treintañera convertida en adolescente mojigata que no necesitó tener diecisiete años para bordar su papel, para que todos bailáramos y todas nos enamoráramos de chicos embutidos en pantalones ajustados, tobilleros, arropados con cazadoras negras. Nació un estilo, lo creó ella. Pero Olivia se ha ido, como se van las estrellas, sin hacer demasiado ruido. A mí me ha dejado la sonrisa triste de la pérdida, el recuerdo de aquella noche, en la que llegué tarde al Colegio, un castigo, porque era Tiempo de Cuaresma y no se podían ver musicales, que para eso la niña Barrera moraba en un Postulantado, cosas de la época y de los papis, que no querían que, a los catorce años nos desbandáramos, y nos confiaban a la disciplina más férrea. Tuve que confesar al día siguiente. Reconozco que me sentí ridícula confesando que mi pecado era haber ido a ver un musical, claro que, en aquel musical la pretensión prioritaria de Danny Zuko era llevarse al huerto a la decente Sandy... Y fui feliz. Olivia me hizo feliz, me ha seguido haciendo feliz cada vez que escuchaba su suave voz... Adiós, Olivia, canta libre por siempre.

  Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno, el quebrado naranja de las hojas que piso, caminando desnuda y esperando los hiel...