LA PAJA EN EL OJO AJENO (Recuperando entradas del pasado)
Repasaba esta mañana otro refrán,
ya que comencé el melón lo mejor es seguir a ver si la cala resulta buena. Mi
refrán recordado hoy era ese que reza “Vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos
la viga en el propio”… ¡Este sí que es real como la vida misma! Pensaba en lo
complejos que somos los humanos, esos seres bípedos que tenemos un cerebro que
piensa pero que, en la mayoría de los casos, nos dejamos llevar por instintos
tan bajos que están alojados en los sótanos de nuestros extramuros, que
intentamos ocultar de las miradas ajenas, porque si los sacáramos a la luz el
resto del mundo mundial sería testigo de nuestras miserias más pestilentes. Los
humanos hemos adquirido el poder de olvido con una facilidad tan pasmosa como
injusta. Olvidamos hechos que acontecieron en nuestra vida, situaciones y actos
que, si los expusiéramos ante el Sanedrín de nuestros allegados, igual eran tan
enjuiciables como condenables. Los olvidamos porque necesitamos olvidar para
culpar a otros, o criticar a otros, o enjuiciar a nuestra vez a otros. Nos
creamos la ilusión de que nacimos ayer, damos carpetazo a pasados que pudieran
acarrearnos el asombro negativo de nuestros semejantes. Vemos esa paja
minúscula que consideramos indecente, amoral, distinta, rara, esa paja que se
sale de la generalidad de la que, a estas alturas de nuestra vida, hacemos
gala, olvidamos que, tal vez, en algún momento de nuestra vida nuestro
comportamiento fue el mismo que ahora nos permitimos criticar. Olvidamos. Verbo
Olvidar. Perder el recuerdo. Lo perdemos en ocasiones a sabiendas de que es
necesario que lo hagamos, porque nuestra situación actual ha variado, hemos
formado parte de la manada tranquila, esa que es cuasi perfecta, la que no se
permite resquicio para actos impuros o impúdicos. Olvidamos porque hemos
realizado esos actos y somos conscientes de ello, pero es más fácil fijarnos en
las actitudes que ahora, a estas alturas en las que nosotros somos inmaculados,
podemos reprochar a otros. Olvidamos que, quizás nuestros abuelos, nuestros
padres y (¡quí lo sá!) nuestros hijos, pueden tener tachones, esos que tapamos
a ojos y oídos ajenos, esos que ocultamos, los mismos que igual nosotros hemos
realizado, tal vez hemos “saqueado” a personas en busca de un interés personal
aprovechando su debilidad, puede que hayamos mostrado intimidades en juergas a
allegados que ahora pedimos al Cielo clementemente que no recuerden. Y en ese
intento de olvidar todos esos actos olvidamos que el mundo mundial y nuestro
entorno tienen memoria, que al igual que nosotros recordamos hechos de otros
para lanzarlos a la cara los otros recuerdan los nuestros y podrían
lanzárnoslo, olvidamos que, tal vez, hay quien calla porque no es propenso al
juicio sumarísimo al que sometemos a terceros, que tal vez nos están perdonando
dilapidar esa fama que hemos intentado crearnos de personas “decentes” cuando
sabemos que no lo fuimos tanto… La paja en el ojo ajeno. La manía persecutoria
del otro. El vilipendio gratuito, ese que nos hace ofender en redes sociales,
insultar, menospreciar, humillar. La creencia de que, efectivamente, nosotros
estamos libres de “polvo y paja”, paja en el ojo ajeno. Y en este valle de
lágrimas libre no hay nadie. Todos tenemos algo de lo que nos avergonzamos,
algo que queremos olvidar, santo verbo que nos persigue mientras intentamos desacreditar
a otros… Hoy pensaba en ese paseo que deberíamos de darnos por nuestro
extramuros
, por nuestro sótano, en el que ocultamos actos deplorables, en el que
hemos querido ocultar hechos realizados porque nos interesó, porque nos
apeteció, porque creímos que nadie lo sabría jamás, y olvidamos (de nuevo
olvidar) que hay ojos que ven, aunque haya bocas que callen. Hay quien sabe de
nuestras impurezas y escuchan sorprendidos cómo hablamos de las de los demás.
La viga en el propio. Esa viga que nos puede dar de lleno en la boca, que nos
la puede tapar con tan sólo unas palabras de quien sabe y calla, de quien
conoce y mantiene el silencio de la discreción… Somos los humanos tan necios
que nos comportamos como si fuéramos santos varones y santas mártires, como si
nuestra vida fuera ejemplo, como si pudiéramos levantar la mano y lanzar la
primera piedra porque nos creemos libres de pecado. Y aquí, por suerte o por
desgracia, libre de pecado ya no queda nadie. El pasado puede explotarnos en
nuestra propia cara. Basta que apretemos las tuercas, que nos afanemos en la
dilapidación de otros para que haya una mano que blanda el pergamino en el que
están escritos nuestros pecados, esos por los que vendimos nuestra alma al
diablo para que jamás se conocieran, y olvidamos (de nuevo olvidamos) que el
diablo se vende al mejor postor y pudo haber entregado nuestros secretos más
indignos a nuestro peor enemigo, ese que espera pacientemente, el que sabe que
todo llega, que puede llegarle su tiempo y su hora y subirnos al cadalso para
poner nuestra cabeza en la guillotina… Nadie ve la viga en ojo propio, la
necedad nos lo impide, vemos la paja en el ojo ajeno porque así es más fácil
redimirnos de los pecados cometidos por nosotros mismos, porque culpando a
otros intentamos dictarnos la sentencia de la inocencia, y olvidamos (de nuevo)
que la vida es larga, que no es cuestión de diez años atrás, que cuando se ha
conseguido la cincuentena tenemos muy largo recorrido y que este mundo que
creemos enorme, en el fondo, es sólo un pañuelo (que también dice otro refrán)…