10 dic 2019

NADA VOLVIÓ A SER LO MISMO... (Pequeño relato)


Nada volvió a ser lo mismo. Quise intentarlo. Después de mi interrogatorio, aquello de “pregunta-respuesta” que ya habíamos probado hacía unos meses, cuando mi vida se tambaleó la primera vez, cuando volví la esquina perfecta en donde, a pesar de ser perfecta, se me apuñaló el alma. La fórmula perfecta para que tú no sufrieras demasiado al confesar infiernos ocultos en tu vida y para que yo, lentamente, cerrara los ojos una y otra vez, mientras leía, esperando tus respuestas y mientras mi corazón galopaba y amenazaba con reventar en mi pecho, escondida yo tras la pequeña pantalla de un móvil. Ese “sé qué pasó, quiero la verdad”, ese “va a haber cosas que te van a doler mucho”;y responder con la mentira sincera, la más sincera de las mentiras, “no te preocupes, estoy preparada”, olvidando que nunca lo estamos, nunca nos preparan para que alguien te saque el corazón y lo pisotee. Un largo paseo después de saber que sí pasó, que ocurrió, que nunca debí de preguntar, un paseo para gritar al vacío y llorar con la rabia del no retorno, el paso ligero, la respiración acelerada, visualizando en la mente, una y otra vez, cada una de las terribles respuestas a las inclementes preguntas. Vaciando tu alma, “esto no es fácil para mí”, y mi rotundo “ni para mí” que me salió rabioso, tecleando sobre el inocente móvil ajeno a aquellas declaraciones podridas de años, esas que se enquistan, las que, de repente, te hacen ver cuánto de ruin fuiste capaz de ser, cuánto de mentiroso, cuánto de irresponsable, cuánto de miserable. Confesando que no me tuviste en cuenta, que olvidaste que podía sufrir. Recurriendo a la vacilante suerte para que jamás se me presentara delante la realidad putrefacta de los cadáveres dejados en las cunetas y nunca enterrados, confiando al azar y rogando para jamás yo supiera… Dejé al viento golpear mi rostro para que secara mis lágrimas, retomé el resuello placentero de la conformidad por lo que no tiene solución, me acurruqué en aquel rincón olvidado de mi dormitorio de niña, el mismo que me sirvió de tumba durante meses. Y perdoné…
Nada ha vuelto a ser lo mismo. Juro que lo he intentado. He ofrecido mis labios puros, los que besaron los tuyos marcados por pecados múltiples e impuros. Te miré a los ojos y recibí tu mirada, y no pude soportar el sabor de tu saliva, ni tus manos en mis pechos, ni los besos en mi cuello. Ese asco que te hace dar arcadas, que se instala en el estómago y sube hasta la cabeza, que queda alojado en el corazón, que hace que las imágenes narradas dancen el extraño baile de máscaras amándose cuando todo es tan dantesco que las llamas crecen alrededor. Las risas ajenas que te golpean el tímpano, los gemidos de la boca que se amaba, las caricias ofrecidas como oblación a una diosa que no era yo… La angustia paseándose por mis costados, apretando mis costillas y haciéndome sollozar de pena. El sonido gutural semejante al lamento de la muerte entre mis dientes, rasgando mi garganta y destrozando mi laringe… No pude olvidar, lo intenté, juro que he intentado relegar al olvido las frases dichas, impresas en una pequeña pantalla, he intentado carbonizar a fuerza de amor y de ternura toda la crueldad de tu indiferencia, tu olvido, tu desdén y tu desprecio. No he podido olvidar mis llantos, mi abandono, el sufrimiento de saber que hubo quien sació tus años de hambre de caricias, cuando yo esperé tu llamada ignorante de que en una cama se me robaba la vida y eras tan cruel que olvidaste mi vida... Nada ha vuelto a ser lo mismo…

Ha sonado por cuarta vez el teléfono, por cuarta vez mi mirada impasible ha sostenido unas ramas del árbol que se mece al ritmo del viento frío que trae un invierno cercano, por cuarta vez he dejado que se agote la impaciencia de unos tonos helados como tu alma, la de entonces, la que no tuvo en cuenta que la suerte, esa a la que se invoca para desear que por toda la eternidad los pecados queden ocultos, puede ser la peor de las aliadas. He sonreído cuando el silencio ha invadido el espacio en penumbra del dormitorio, cae la tarde, está gris el cielo y negra mi vida. Te di todo, entregué lo imposible, caminé de tu mano creyéndote guía, creyéndome palabras que han sido mentira. Y la tarde cae. Frente a mí ya las sombras que han ido calando en mis huesos y en mi mirada. Te quise tanto que ya no duele, ha huido de mí el alivio que suponía dejar a mis lágrimas libres. Ya no duele, o eso quiero creer. Fue imposible mirar desde abajo, mirarte a los ojos mientras me besabas, me apisonaba el peso de tu cuerpo sobre el mío, veía a centímetros la boca que mintió, y robó, y gozó, y mancilló un amor puro… no pude amarte, me revolví como la fiera enjaulada, la que es azuzada con una tea ardiente, me zafé de tus manos que pinchaban, las mismas que dieron caricias y me hicieron feliz tantas veces… Ya no duele. He dejado de escuchar tu nombre pronunciado por mi corazón, retumbando como un eco en mis pulmones, vaciado el cofre de mis sueños, abandonados los pasos compartidos.
Nada ha vuelto a ser lo mismo sin ti… Pero jamás hubiera sido ya lo mismo contigo…
(Encarni Barrera) 

  Ha llegado el naranja otoñal que preludia al invierno, el quebrado naranja de las hojas que piso, caminando desnuda y esperando los hiel...