Madre.
Fui madre por primera vez a los veintiocho años, no era una niña para aquellos tiempos en los que a los veinticinco tenías que estar casada y, a ser posible, ser madre. Luché mucho para tener mi primer hijo. Me convertí en una madre primeriza, de esas competitivas, el peso del niño, la estatura del niño, la primera palabra, el primer diente, los primeros pasos… Una lucha titánica que deja agotadas a las mamis novatas, aunque se lo nieguen, negarlo no va a evitarlo, todas hemos pasado por eso, es ley de vida, las comparativas entran dentro del pax de primera maternidad. Aprendí a hacer potitos, a tomar temperatura del agua, a lavar a mano prendas minúsculas, luego aprendí a curar heridas, a valorar chichones, a ignorar rabietas. Aprendí a decir no, con rotundidad, a dar dos opciones y que se escogiera una. A castigar, a morderme la lengua para no gritar demasiado, a leer cuentos mientras se entornaban los ojos, a pasear cogiendo una manita alrededor de columpios. Aprendí a salir del trabajo corriendo, porque un diminuto hombrecito de cuatro años me esperaba sentado en el último escalón del colegio. Aprendí a VIVIR… Fui madre por segunda vez dieciséis años después, con cuarenta y cuatro años. Ya no tuve que arrastrar con la competitividad, me entregué a la paz y a la complacencia de ver crecer a mi hijo, sin tensiones ni presiones, sin campeonatos para ver si estaba más alto, más gordo, o había hablado antes. Me sirvió mucho mi entrenamiento de tantos años atrás. Pero sí descubrí, de nuevo, que estaba VIVIENDO… Tenía la edad de esperar a los nietos, pero la vida decidió sorprenderme con mucha más generosidad. Ahora tengo en casa a mi “alter ego”, una copia de mí misma que me replica, me discute, me enerva los nervios, me abraza y me besa como nadie, me aprieta contra su hombro y me dice que me quiere… Y aprendí que, después de todo, eso es lo único que vale la pena, eso es lo mejor que tiene ser Madre. El recorrido, el trayecto, verles crecer, a su ritmo, con sus ganas, con sus tiempos. VIVIR con ellos lo que ellos nos dejen, porque también aprendí a que les di la vida para que volaran.